sábado, 1 de octubre de 2016

EL HUMOR EN LA ORATORIA SEGÚN QUINTILIANO



Quintiliano dedica no poca atención al humor y a la risa.


El humor caracteriza un rasgo de estilo de reconocida importancia y que causa efectos notables. Lo denominamos humor, gracia o vis comica, y se puede graduar desde la sonrisa mental hasta la risa franca, con sabrosos frutos:

·         Disuelve los afectos tristes
·         Relaja la atención
·         Renueva el interés
·         Recupera del hastío
·         Alivia el cansancio

“Hay otra virtud contraria a la comentada de la compasión, que moviendo al juez a la risa, disuelve los afectos tristes y con frecuencia aparta la atención intensa de las cosas, y en muchas ocasiones renueva el interés y lo recupera del hastío y del cansancio.” Inst. VI, 3, 1

Pero este recurso ha de ser usado con prudencia y sólo si se tiene una cierta seguridad en las propias capacidades para provocarlo, para evitar caer en el exceso, en el ridículo o, lo que sería imperdonable, en atraernos la opinión contraria y la deshonra.

“Aparece en primer lugar una gran dificultad, que lo ridículo suele ser falso (y esto es siempre mezquino), a menudo desfigurado a propósito, nunca respetuoso con el honor.” Inst. VI, 3, 6

 En último extremo, desconocemos los mecanismos de la risa, pero sí advertimos que hay personas que tienen facilidad para provocarla y otras que no, al menos de sugerir una visión cómica de las cosas, para lo cual no sólo se atiende al lenguaje, sino a la actuación íntegra del orador.


“Pues pienso que no ha sido explicado por nadie, aunque muchos lo han intentado, de dónde procede la risa, pues no solo ocurre por algo hecho o dicho, sino también a veces la provoca algún movimiento del cuerpo.” Inst. VI, 3, 7

“Así pues, la risa nace del cuerpo del adversario,  o de su interior, que se conoce por sus hechos y dichos, o de otras cosas ajenas a esto.” Inst. VI, 3, 37

“Además, no se mueve a risa por una sola razón, ni solo por algo agudo y gracioso, sino en ocasiones por cosas necias, airadas, tímidamente dichas o hechas.” Insti. VI, 3, 7

“Pero es mayor (la gracia) cuando parece no querer provocar la risa, pues nada hay más insulso que lo que se dice como si ya tuviera gracia.” Inst. VI, 3, 26

Propone Quintiliano abundantes ejemplos de recursos a lo risible, cómo fueron provocados por los oradores y sus efectos, pero acaso podríamos resumir la causa tan esquiva a descripción en la siguiente afirmación:

“Y, por Hércules, toda el arte de hablar con gracia reside en que se hable de manera distinta a como es normal y verdadero. Esto se consigue inventando las convicciones propias o ajenas, o afirmando cosas imposibles de hacer.” Inst. VI, 3, 89

No se debe menospreciar este recurso bien utilizado, y entendiendo que el orador no es un actor y que el abogado no puede ni debe ser tachado de histriónico, por eso indica Quintiliano varias cautelas:



“No le va nada bien al orador un rostro ridículo y  como de los que se suelen reír en los mimos.” Inst. VI 3, 29

“La mordacidad chocarrera/bufonesca y teatrera  es ajena al orador. Más aún, la obscenidad debe estar ausente tanto de las palabras cuanto del sentido.” Inst. VI 3, 29


“También ha de evitarse que no  parezca lo que decimos como petulante, ni engreído,  ni fuera de lugar o tiempo ni preparado ni traído de casa.” Inst. VI, 3, 33

“Contra los desgraciados es inhumana la broma.” Inst. VI, 3, 33

“Pero hay también hombres de tan aceptada autoridad y conocida honradez que  la petulancia contra ellos en el hablar resulta perjudicial.” Inst. VI, 3, 33

“Hace mal efecto recurrir a lo que afecta a muchos, si se refiere a naciones, o clases sociales, a condiciones de vida o al empeño de muchos.” Inst. VI, 3, 34.


“Todas las cosas que diga un hombre bueno (orador) lo debe decir de manera que quede a salvo su dignidad y honra, la risa es un precio demasiado alto si se consigue a costa de la honorabilidad.” Inst. VI, 3, 35




El humor incide especialmente en los sentimientos, ayuda a variar la posición o visión sobre un determinado asunto hasta conseguir incluso que cambiemos de parecer, o suaviza tensiones de otro modo crecientes y decisorias.


“Aunque el hacer reír parezca cosa liviana y a la que se llega por  bufones, comediantes, y  al fin bobos, tiene, sin embargo, no sé qué fuerza poderosísima a la que apenas se puede resistir.”  Inst. VI, 3, 8


“Pues estalla a menudo sin que queramos, y no sólo arranca la confesión de nuestro rostro y voz, sino que todo el cuerpo se mueve por su fuerza.  A menudo, como dije, proporciona un giro decisivo a cosas de máxima importancia, pues suele quebrar el odio y la ira.” Inst. VI, 3, 9


El estilo y el humor añaden cualidades poderosas y convenientes para que aquello que en la demostración hace latir el corazón de las argumentaciones, se muestre resplandeciente, atractivo  y deleitoso a quienes escuchan y deciden sobre la actuación del orador.

“La elegancia no reside tanto en  las expresiones singulares, como en el colorido del conjunto del discurso”  Inst. VI, 3, 10

Extracto de mi artículo :“Guía de oratoria forense. Estilo y humor en el discurso forense”. Iuris, nº 200, octubre (II) 2013, 26-29.

sábado, 24 de septiembre de 2016

¿PUEDE EL ORADOR DEFENDER CAUSAS INJUSTAS O MALVADAS?

Al orador/abogado se le presenta una objeción decisiva, la de si defender y cómo defender causas injustas o a los culpables conocidos y ciertos de delitos. En ese caso, se podría suponer que el abogado de parte sustentaría de alguna manera los actos delictivos o las injusticias que han cometido los inculpados. En esta consideración se encuentra el origen de algunos reproches a la retórica por parte de la filosofía, en tanto que esta última sólo defendería la verdad y la otra se acomodaría al contexto, aunque ambas no dejan de ser, sin embargo, afirmaciones retóricas. 




Quintiliano, siempre atento a la fórmula concreta de probar sus argumentos, razona primero exponiendo claramente la objeción:

«Pero me parece que ya estoy oyendo a algunos (porque nunca faltará quien quiera ser más bien elocuente que hombre de bien) que me dicen: Pues ¿para qué es tan grande el arte de la elocuencia? ¿Por qué hablas de los adornos del discurso, de la defensa de las causas complicadas, alguna vez también has hablado de la confesión del reo, a no ser que alguna vez la fuerza y la capacidad de hablar triunfen sobre la misma verdad? Porque un hombre de bien no defiende sino los pleitos justos, y estas tienen defensa bastante en la misma verdad, incluso sin entrenamiento retórico» Inst. XII, 1, 33

Y esta es su respuesta:

 «Porque si muchas veces es acto heroico matar a un hombre y alguna vez es cosa muy honrosa matar los hijos, y si se permiten hacer cosas aún más terribles de decir si lo exige el bien común, no hay que considerar aquí solamente la causa que defiende un hombre de bien, sino que hay que mirar también por qué razón y con qué objeto la defiende.» Inst. XII, 1, 37

«Además de esto, ninguno pondrá duda en que si los delincuentes pueden de alguna manera cambiar su modo de pensar para enmendar su vida, como a veces se concede que lo pueden hacer, estará más en el interés del Estado el salvarlos que el castigarlos. Por tanto, si el orador ve claro que este, al que ahora se acusa de delitos ciertos, puede llegar a ser un buen hombre, ¿no procurará sacarle libre?» Inst. XII, 1, 42

Esto es lo que permite defender causas que pueden ser consideradas improcedentes, injustas o incluso malas moralmente, en tanto que el orador atiende no sólo a su propio carácter moral, sino también a la propia causa y a con qué objeto se defiende la persona implicada en ella. Porque defender a un asesino para conseguir justicia es loable acción, no ya por los efectos que produjo el inculpado, sino por el bien que se deriva de la finalidad de la acción de la defensa.

Si viviéramos en el mundo ideal platónico o en el exacto y claro de las matemáticas y la lógica, no habría problema, pero vivimos entre humanos, donde la verdad resulta en innumerables ocasiones inverosímil. 

«Pero también es necesario dar reglas, y enseñar de qué manera han de tratarse las cosas que son dificultosas de probar. Porque muchas veces aun las mejores causas se parecen a las malas, y un inculpado inocente es acusado de muchas cosas que tienen apariencia de verdad; de donde resulta que debe ser defendido observando el mismo método que si fuera culpable. Además de esto, hay innumerables cosas que son comunes a las causas buenas y a las malas, como son los testigos, los documentos escritos, las sospechas y las opiniones. Y los hechos verosímiles se prueban y se refutan del mismo modo que los verdaderos. Por esta razón se dirigirá el discurso, según el asunto lo requiera, conservando siempre una recta intención.» Inst. XII, 1, 45
Este resumen procede de mi artículo “Guía de oratoria forense. El orador perfecto”. Iuris nº 220, septiembre (II) 2014, 23-25.

viernes, 23 de septiembre de 2016

EL ORADOR PERFECTO



Quintiliano, en su obra Institución Oratoria,  desarrolla una idea muy querida en la antigüedad, de hondas raíces socráticas, la de que la excelencia en un arte no se alcanza a no ser mediante la perfección del ser humano completo.

«En tan inmenso mar sólo me parece que veo a Marco Tulio (Cicerón), el cual, a pesar de haber entrado en él con una nave tan grande y bien equipada, amaina velas, deja los remos y se contenta al cabo con enseñar con qué tipo de estilo tiene que hablar el que ya es orador perfecto. Pero mi temeridad se esforzará en tratar también de la ética que debe tener y considerar sus propias obligaciones.» Inst. XII, proe 4 

Su famosa definición de orador encierra una teoría tanto de la retórica como del orador:

«Es pues para nosotros el orador que queremos formar, tal como lo define Catón: un hombre de bien que sabe hablar (vir bonus dicendi peritus).» Inst. XII, 

Este vir bonus dicendi peritus sugiere en cuatro palabras una auténtica y compleja caracterización del orador, pues la carga semántica de cada una de ellas traza un retrato de un hombre íntegro, moralmente y psicológicamente, fundamentado a través del lenguaje. Así lo expresa en este párrafo:

«La misma naturaleza, principalmente en aquello que de manera especial otorgó al ser humano y con lo que nos distinguió de los demás animales, no hubiera sido madre, sino madrastra, si nos hubiera proporcionado la capacidad de hablar para que fuese compañera de los delitos, contraria a la inocencia y enemiga de la verdad. Porque mejor hubiera sido nacer mudos y carecer de toda razón que emplear en nuestra propia ruina los dones de la Providencia.» Inst. XII, 1, 2



En su opinión, orador perfecto sólo puede serlo el hombre de bien, porque supondría una contradicción con el propio proceder de la naturaleza que alguien malo, es decir, con un defecto en su propia esencia, pudiera ser excelente. Muy en línea socrática, como dijimos, explica Quintiliano al orador perfecto como moralmente perfecto. Esto no deja de llamar la atención en nuestra época, acostumbrados como estamos a exigir especialización y disculpar lo demás en virtud de ello. Dejemos hablar a Quintiliano:

«Considera más allá mi modo de pensar. Porque no solamente digo que es necesario que sea hombre de bien el que va a ser orador, sino que no puede ser orador sino el que sea hombre de bien» Inst. XII, 1, 3 

«Pues si nadie es malo si no es igualmente necio, tal como no sólo lo dicen lo sabios, sino que también lo ha creído siempre la gente normal, ciertamente nunca un necio llegará a ser orador» Inst. XII, 1, 4

«Finalmente, por abreviar la mayor parte de la cuestión, supongamos, lo que de hecho nunca puede pasar, un mismo grado de capacidad, de estudio y de erudición en un hombre pésimo y en otro óptimo, ¿de cuál de los dos diremos que es mejor orador? No hay duda alguna que de aquel que es también mejor hombre. Pues por lo mismo, jamás un mismo hombre, siendo malo, será perfecto orador. Porque no es perfecta una cosa cuando hay otra mejor que ella.» Inst. XII, 1, 9

«Porque nadie pondrá esto en duda, todo discurso se dirige a que el juez vea lo que se expone como verdadero e intachable. ¿Y esto lo conseguirá mejor un hombre honesto o uno malvado? Uno honesto, que habla frecuentemente de cosas verdaderas y honestas… Por el contrario, a los hombres malvados alguna veces hasta se les estropea la misma desfiguración de las cosas por causa del desprecio que tienen de las opiniones ajenas y de la ignorancia de lo que es justo.» Inst. XII, 1, 11-12

Esta posición es tan genuina en él y tan honrada, que al pasar revista a los modelos que se proponían en las escuelas de oratoria, especialmente Cicerón y Demóstenes, no deja de someterlos a juicio.

«Ahora voy a responder a aquellas objeciones que se me hacen como una especie de conspiración del vulgo. Entonces… ¿Demóstenes no fue orador? Porque se nos dijo que fue malo. ¿No lo fue Cicerón? Pues muchos reprendieron sus costumbres.» Inst. XII, 1, 14

«Pero si a estos hombres les faltó la más alta virtud, responderé a quienes ponen en duda si fueron oradores del mismo modo que los Estoicos si se pregunta si fueron sabios Zenón o Cleantes o el mismo Crisipo, que fueron hombres grandes y dignos de respeto, pero que no llegaron a conseguir aquello que la naturaleza del hombre tiene por lo más excelente. Pues Pitágoras no quiso que le diesen el nombre de sabio (sofós), como los que le habían precedido, sino el de amante de la sabiduría (filósofo).» Inst. XII, 1, 19

«Sin embargo, acomodándome al modo común de hablar, he dicho muchas veces, y lo volveré a decir, que Cicerón es un orador perfecto… pero cuando sea preciso hablar con propiedad y ajustándose a la verdad, diré que yo busco al mismo orador que Cicerón buscaba» Inst. XII, 1, 19

Para Quintiliano, Cicerón se encuentra cerca del ideal del orador perfecto, aunque reconoce esos fallos de carácter que se le atribuían desde la antigüedad, como su prepotencia, insolencia o afán de notoriedad. Sin embargo, Quintiliano no lo propone, ni a él ni a Demóstenes, como encarnación del ideal, sino acercándose al mismo de manera muy aproximada, digamos como posibilidad humana real del orador perfecto, algo así como esos filósofos estoicos que cita o cómo Pitágoras se llamo filósofo, amigo de la sabiduría, cercano a la sabiduría, y no sabio, por humildad intelectual. 

En último extremo, la búsqueda del orador perfecto descarta la posibilidad de que a ese ideal llegue alguien malo por imposibilidad antropológica y psicológica, debido a que entra en contradicción su propia naturaleza con su actividad.

«Admitamos, sin embargo, cosa imposible por naturaleza, que haya habido algún hombre malo consumado en la elocuencia; pues con todo negaré que este fuera orador. Como tampoco llamaré valientes a los que enseguida están dispuestos, pues la valentía no puede entenderse sino como virtud (requiere término medio, discernimiento).»  Inst. XII, 1, 23

«Porque nosotros no formamos cualquier tipo de instrumento forense ni una barata cualidad de voz… (sino) una persona singular y perfecta desde todo punto de vista, óptima en sentimiento y óptima en palabras.» Inst. XII, 1, 25

«Persuadirá mejor a otros quien se haya persuadido antes. La simulación, aunque se esté muy pendiente, se descubre al final, y nunca fue tal el poder de la elocuencia que no titubee y vacile siempre que entren en contradicción las palabras con los sentimientos. Pero es necesario que un hombre malvado diga lo contrario de lo que siente.» Inst. XII, 1,29-30


Se puede consultar mi artículo, del que procede este resumen, en “Guía de oratoria forense. El orador perfecto”. Iuris nº 220, septiembre (II) 2014, 23-25.